I
Tan pronto como la noche se derrite
el reloj del viaje me despierta
hacia el otro borde del planeta…
El viento, túnel del cosmos, lanza mis ojos
y caen en parajes que jamás creí los probaría.
La edad del cuerpo no me importa
porque mi pelo transita en campo virgen
y si la lluvia es nueva, qué mejor,
pues lavará encantada mis párpados caídos.
II
El Polo Norte tampoco no me afecta,
ha dejado ya de ser un guía
y voy sin ataduras
entre la castidad de los caminos penetrando mis venas.
Después, así lo intuyo, me atraparán
esas neblinas que el sol ignora
mientras los pájaros
se ausentan de los ramales fríos.
Tampoco hay sudores de cansancio
en ninguna de mis pieles
y fresco es el trayecto,
casi como entrar a un cúmulus venido
desde el lado familiar de los océanos,
bajar a ese país que invita a mis talones
y ofrece su alimento…
Además,
una leyenda muy antigua,
casi desconocida,
me rodea y pide un poquito de mi viaje.
Entonces yo concluyo:
la Tierra es parecida en todas partes
y ahora solo falta
cobijarme un poco más
para ir entrando a casa…