"Poecrónicas"

--Columna Semanal--

¿DÓNDE ESTÁ HERMOSILLO? (*) - 26.11.2021

Por Manuel Murrieta Saldívar

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Panorámica nocturna de la ciudad de Hermosillo. Fotografía del archivo personal del autor
Imagen: Panorámica nocturna de la ciudad de Hermosillo. Fotografía del archivo personal del autor.

  • Steve iba sumido en la velocidad de la autopista e imaginando lo que sucedería cuando creyó llegar a Nogales, Arizona. De súbito su yip se detuvo en una sola línea de automóviles intentando traspasar la frontera. Cuando llegó su turno bastó con mostrar su licencia de conducir… y eso fue todo.
    —¿Así de fácil?—se dijo, descubriéndose entonces en México, al menos eso supuso, al ingerir ya la cuarta cerveza.
    Luego notó una semioscuridad vespertina, una nebulosidad de televisión mal sintonizada. No se detuvo en los escaparates de artesanías ni en ningún otro tipo de retén porque condujo con urgencia para ir penetrando el territorio anhelado. Iba bebiendo ya sin la moderación de costumbre, altamente emocionado, como cuando en la clase de cultura latinoamericana, lo recuerda bien, se asombró con las pirámides del Sol y de la Luna.
    Cruzar le había parecido tan sencillo que le brotó una inquietud, ni siquiera la exigencia del pasaporte, ni revisión, ni la famosa mordida, todo tan simple que hasta le pareció sospechoso, surrealista quizá, como le explicaron era ese país que festeja a los muertos y que a veces se llega tarde a las citas sin que haya mucho enojo.
    Había entrado, pues, casi casi como a su propia casa, vaya, el “south of the border” se le abría tan fácil que la sospecha se convirtió en duda. En la autopista que creyó lo llevaba hacia la ciudad de Hermosillo seguía viendo el transitar de los campers con placas de Ohio, captaba con inseguridad el rebase de autos Chrysler de Nevada, Ford Cougars, Toyotas e incluso Bmw’s similares a los del parking del club de golf de Scottsdale al que solía ir los domingos. Luego medio veía un largo trayecto de cuatro carriles, rectos en su mayor parte, con rayas amarillas y blancas sobre el asfalto; una duda muy sospechosa, porque semejaba en algo al Freeway I-10 West que conduce a Los Ángeles.
    Milla tras kilómetro y a pesar de iniciar el segundo six pack—se le había prometido que todo aquí sería permitido— la visibilidad aún era suficiente para notar que las señalizaciones de tránsito también eran negras con fondo amarillo, blancas con fondo verde. ¿Y dónde había visto esos autobuses de pasajeros, de diseño aerodinámico, con vidrios panorámicos y poralizados? ¿No le recordaban aquel charter que lo llevó a Las Vegas? Dedujo entonces que no era tanto el contraste, él esperaba toparse con una angosta carretera sin muchas señales, o un camino terregoso. Of course, si para eso venía preparado, se había traído el yip, recordando esas películas que le mostraron calles llenas de hoyancos, camiones destartalados repletos de gente transportando gallinas, my God, todo esto, ¿dónde estaba?, se preguntaba ya con cierta aprensión.
    ***
    No obstante, le ganaba la felicidad, gozando una especie de liberación, porque recién se había titulado de abogado internacional y al fin, tras largos cuatro años de estudio, podía darse este merecido regalo de graduación, como les informó a sus abuelos, los primeros que le hablaron de los efectos prácticos de la picante comida mexicana. Luego de conducir algunas horas—es difícil llevar la cuenta exacta del tiempo cuando se embarca en este tipo de aventuras— la temprana oscuridad le reveló un Hermosillo amplio, semicuadrado, con iluminación de importancia, pero ahora veía con más cansancio. La resaca quizá, cierto malestar indescifrable, le impedían sentir el relax del viajero cuando llega a su destino...un destanteo iba creciendo a su alrededor. Porque lo recibía un edificio hotelero parecido al Holiday Inn de Albuquerque, esas marquesinas anunciado HBO y Cinemax. Ya estaba incómodo, la duda se le convertía en preguntas, ¿qué había pasado? ¿En dónde estaba ese puñado de pueblos sin aviones y burros caminando entre los callejones?
    Más que sorpresa por llegar a otra nación, reinaba la confusión al deteriorarse un sentimiento en sus adentros…se negaba a aceptar que ahora una avenida le mostrara un Blockbuster Video, como el del shopping center cercano a su departamento.
    —Fuck! ¡Qué atrevimiento!
    Mientras esa alteración enrojecía su cara, ahora se preguntaba quién había sido ese oficial al que mostró su licencia de manejo; y luego hizo conciencia de que venía bebiendo y empezó a dilucidar la probabilidad de que hubiese cometido una simple infracción de tránsito y no, como casi estaba seguro, haber hecho aquel acto trascendente de cruzar de un país a otro. ¡De un país a otro! Porque—insistía para desengañarse— había sido todo tan simple, como conducir de Phoenix a Los Ángeles y detenerse en esa garita que divide Arizona de California. ¿No estaría realmente en Indio, llegando a San Bernardino?
    ***
    A como iban las cosas, con cierto temor, quizo pensar en la posibilidad de toparse con un puesto de McDonald´s, o algo parecido, con tal de sentir algo de su ambiente natural para buscar direcciones o— lo pensó con incredulidad— explicaciones. O hallar una estación de internet para checar la ruta como a veces lo hace cuando viaja de un estado a otro. Eran tantas las coincidencias que cabía preguntarse y titubear, pensar ya con lógica impecable, aplicar todo el raciocinio y el sentido de orientación, realmente ¿en dónde estaba? Pero volvió a incomodarse cuando presenció el reloj digital en la torre de la Ford Motor Company para luego meter sus tribulaciones en un Jack in the Box buscando una especie de consuelo.
    Probablemente ahí se descontroló otra vez al no encontrar ningún teléfono público, porque en Estados Unidos siempre hay uno en cada restaurante, incluso ahora con esa invasión de celulares baratos. Entró intuyendo que escucharía rock en el sonido ambiental pero no entendió lo que gemía el cantante que después supo le llaman Juan Gabriel; se descubrió turbado porque la clientela era medio indefinida, le faltaba esa claridad familiar, no podían serlo, aunque algunos eran medio altos y vestían camisetas con figuras de basquetbol y de universidades norteamericanas, como la suya, él, Steve, sí, que se mezclaba entre los otros casi sin que se fijaran en su humanidad, cuando la oficina de turismo advertía que uno allá “siempre llama mucho la atención”.
    Quizá por eso no se atrevió a dirigirle la palabra a ningún cliente, más preferible hablar con quien brindara un poco de confianza, tan sólo incluso por curiosidad, aunque—parecía expresarlo—ahora era más por necesidad. Porque claro, se acercaría al mostrador, preguntaría, mostraría el mapa de bolsillo al manager ese, alto y fornido que con voz de mando parloteaba una que otra palabra en inglés, hasta bien podía parecerse al mismo Steve, y hablarían en su idioma, claro, por supuesto, sobre todo si todavía estaba en la tierra del English Only. Calcularían ambos la distancia que lo separara de la frontera, comentarían con exactitud la ubicación de la ciudad de Hermosillo, por ejemplo, en relación con la de Tucson, o la de Mexicali en comparación con Phoenix, para despejar toda duda, saldría de ahí plenamente orientado. Vislumbró que así lo haría, le expondría todas sus vacilaciones aunque le vieran la cara de What!, de y éste qué se trae!...Would you please tell me where am I? Is this Yuma or what? Where is Hermosillo? And the border, where exactly is?...Entre su desorientación surgía el no sé qué y hasta cuestionamientos profundos nunca antes hechos, ¿dónde terminaría la frontera y comenzaría la otra? ¿Dónde el final y el inicio, la división exacta entre él y los otros? ¿Dónde están ellos y dónde nosotros? Por favor...los obesos mariachis, las bases de la US Air Force, los danzantes indígenas, el cajero automático, la entrada al Wal-Mart. Algo seguía encogiéndose dentro de Steve, se empequeñecía, quizá su vanidad o ese mismo sentimiento que impulsa a ganar ocho medallas de oro, porque no supo si se había animado a hablar con el manager.
    ***
    Lo más recomendable era haber salido rápido de esa avenida familiar pero a la vez tan extraña, porque también parecía visualizar pequeñas taquerías entre anuncios de neón, ciertos expendios con nombres muy raros, mucha gente en las banquetas y autos desgastados. Is this possible? Lo más conveniente hubiera sido manejar veloz frente al Kentucky Fried Chicken para no dejarse intimidar ni volverse agresivo, iracundo ya, vaya, o sea que estos “Mexicans beaners” podían vivir conforme a su estilo!... el suyo, el del mismo Steve, Steve Fergurson, el nativo de Denver y graduado de Tempe.
    Lo más razonable debió ser ir en búsqueda directa del México que conocía y que le atraía, ese que le habían mostrado con toda objetividad en la clase de política internacional, fotos de familias muy unidas, frente a una imagen de la Virgen de Guadalupe colgada en la cocina, niños haciendo la primera comunión con la vela derritiéndose y otros bailando el jarabe tapatío en el festival de primaria. O la belleza de quinceañeras bendecidas por sacerdotes benevolentes, todo un dechado de virtud cristiana, for sure, fotografías de reinas junto al gobernador que lanzaban, gratis, racimos de uvas a un gentío hambriento pero alegre que atesta una calle muy folklórica a juzgar por los adornos en los postes. Y al comentar sobre economía doméstica, le mostraban anuncios de restaurantes y neverías con nombres difíciles de leer—Xochimilco, Carnitas Sahuayo, La Michoacana—muestra de orgullo gastronómico, retándole al consumo sabroso y sin control sin importar los efectos en su “body mass index”.
    Traía, pues, esa curiosidad sincera de ampliar su mente, practicar el “open mind” para suavizar cualquier viso de discriminación; no quería ser como Kurtis, su ex-compañero de cuarto, que hasta le hablaba en plan Ku Klux Klanezco cuando se refería al sheriff ese que encarcela indocumentados. Y ahora a dónde, hacia dónde se iba, porque lo empezó a provocar esa enorme y colorida pizarra electrónica que podía anunciar tenis Nike y Coca Cola. Sí, lo lógico era haberse metido a ese restaurante Dennys, aunque parecía llamarse Vip´s, que pudo identificar a lo lejos. Se sentaría, meditaría con un café, hablaría por teléfono a un amigo, uno sólo de los muchos “Latinos” que conoció en la State University, cualquiera y de dónde fuera, él sería el guía, la esperanza, la fuente de la explicación segura, estuviera donde estuviera.
    ***
    Todavía recuerda la batalla que sostuvo para hablar por teléfono, ese tosco aparato que no sabe si aceptó algún “quarter” o una tarjeta. Sin embargo, su memoria registra cómo fue recogido por su colega de origen mexicano que apareció con la rapidez de la amabilidad. Visualiza que lo llevó a su residencia familiar expresando medio serio:
    —Mira cabrón, mi mansión es tu mansión, te quedas conmigo porque te quedas— aunque no supo si lo dijo en broma o con jactancia.
    Aún rememora ese momento de descanso queriéndolo agazajar:
    —Steve, ponte a ver a Jay Leno, a American Idol o el noticiero de CNN—aparecidos en la enorme pantalla de la sala gracias al “dish” que afuera succionaba la señal.
    —Relájate y luego échate un buen baño, la noche es larga, ahorita nos alistamos, ya verás cómo nos vamos a divertir…
    Todavía no comprende cómo es que lo llevaron a los bulevares céntricos de la ciudad, dentro de la Ram-Suburban con calcomanías de la bandera mexicana pero también de su University en el vidrio trasero; no se explica a quién pudo ocurrírsele cenar hot-dogs, vaya, hasta tuvo que escaparse, en un descuido, hacia un puesto buscando sus “enchiladas auténticas”, esas repletas de queso derretido y arroz amarillo que le fueron muy difíciles de conseguir. ¿Y de dónde surgió esa extraña idea de bailar en la disco "Yesterday" con música retro de los 70’s en vez de llevarlo a escuchar el mariachi? No logra identificar al culpable que lo invitó al postre helado en el Baskin(31)Robbins cuando él hubiese querido probar las paletas michoacanas. ¿Y por qué las muchachas medio rubias y morenas le hablaban en inglés?...como si no quisiesen que Steve practicara su Spanish. Le pareció el colmo cuando compraron Budwaisers, ya en la madrugada, parados frente a un Domino's pizza observando el transitar incesante de autos de lujo en ese bulevar de desconciertos.
    — ¡Y las Coronas auténticas, stupids!—casi les grita.
    Lo que sí tiene muy claro es que sentió la necesidad de retirarse, cómo su “total immersion”, recomendada por sus profesores para experimentar lo original, al parecer no funcionó del todo. ¿Sería posible que no haya podido observar en su esplendor ese México mágico, ese México lindo y querido?...ese que había captado en los anuncios turísticos y en aquellas primeras clases de español con Miss Foster mostrándoles mexicanos en cuclillas, con sus sombreros y arropados en ponchos. Porque todavía recuerda cómo, entre el silencio de cierto orgullo herido, a la tercera noche, y sin previo aviso, salió de Hermosillo en su yip, un poco más orientado. Y tomó la autopista hacia el norte, siempre siempre hacia el norte, sin que de nuevo nadie le exigiera pasaporte aunque percibe que un agente, de uniforme verde o azul, al verlo sólo exclamó con rapidez, “US citizen!”, y lo dejó circular. La verdad es que no paró, no paró hasta llegar al primer Taco Bell, estuviera en donde estuviera, tal y como se le habían recomendado como en secreto su abuelos de Minnesota, ahora lo recordaba:
    —Cuando te desveles recupérate ahí, con lo auténtico de México, pero sin el temor de una infección estomacal.
    Sí, esa Venganza de Moctezuma que todos le habían advertido, que aún no comprende por qué no le ha hecho efecto mientras piensa:
    —Aunque ahora siento vértigos y unas ganas tremendas de ir al baño, debería de preocuparme, tomar medidas de precaución, por si acaso, tan sólo por si acaso, estuve alguna vez afuera de mis Unted States...

    (*) Del libro: La gravedad de la distancia. Historias de otra Norteamérica. Crónicas y relatos. Primera Edición 2009.Editorial Garabatos. Hermosillo, Sonora, México. Más información y para adquirirlo en:

    http://www.manuelmurrietasaldivar.com/libros/la_gravedad_de_la_distancia.html

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