A pesar del clima enloquecido
y la visita de nosotros,
los humanos,
la población de pinos
aparece abundante
en esta silvestre lejanía,
en este atardecer de lagos
y cumbres que levantan
a la última nieve...
La hierba inocente
da paso a un viento fresco
que atraviesa troncos milenarios
y penetra mi olfato sacudido
al descubrir que natura
es dueña todavía
de los ciclos de vida
y muerte que nos van transformando.
Yo estoy como liberado
de esas conexiones
que nos dicta la urbe
y dejo atrás pantallas,
técnicas,
los olores fétidos de industrias
y la orden incesante de un reloj...
Miro mi cuerpo deformado
golpeado
por esos alimentos
que no me favorecen,
por las rutinas de encierro
entre paredes caseras
y centros de trabajo
(no me preguntes cómo
ni por qué
se acumuló esta grasa
que no se me despega,
la flacidez de mis músculos
tan faltos de ejercicio).
Así me encuentro
hoy
aquí y ahora
un ser derrotado,
débil,
diría domesticado
cada vez más pequeño
reducido a un respiro,
a un latir que busca desesperado
unirse siquiera
a la escasa virginidad
de esta montaña
en donde me refugio
para evadirme
de ti
de todo
incluso de mí mismo...
Mount Shasta, California, junio 2021