Bajé hacia los infiernos de la mina
desde donde mis ancestros,
esclavizados,
succionaron el oro que acabó fundido
junto a la pulcra oficina que los administraba…
Bajé por esas cuevas de pánico
perfectamente trazadas hacia abajo
con sus rieles angostos
cabiendo perfectos para succionar el metal
que arriba edificó riquezas
convertidas en mansiones al estilo inglés.
Oro para sus jardines impecables,
para acueductos domésticos de ornato,
oro para los patios de ocio,
las canchas de tenis de una élite exclusiva
con rigurosa invitación
para evitar el ingreso de los mineros de abajo.
Bajé a las cavernas artificiales
y vi el desfile de espectros,
miles de ellos, mis hermanos,
mis paisanos antiguos
migrantes del orbe
obligados a hundirse en las rocas auríferas
para saciar el hambre global que los amenazaba.
Ellos, con sus rostros de susto,
cada jornada el miedo al sepulcro de la muerte,
presionados al trabajo de abajo,
en la entraña de piedra que a golpes de marro,
de taladros manuales y eléctricos,
hacían un bramido que arriba a lo lejos
importunaba la sesión de equitación
la bebida del té vespertino
el brake de la madame
el cuidado de la niña rubia con su niñera china,
molestos todos por el ruidajo venido desde abajo
que les dio sus lujos y la comodidad de arriba
en esa mina imperial
de la salvaje California de aquel siglo,
de aquella fiebre que hizo brotar
a fuerza de brazos, paladas y trituraciones brutales
la riqueza material que hasta ahora nos llega……
Grass Valley, California, enero de 2023