A la hora de acomodar
sorpresas y vivencias
no olvidemos penínsulas
ni atardeceres solitarios
ni mucho menos bosques
o carreteras recorridas una sola vez
en un instante de suerte...
Es como hacer un resumen
cuando la humanidad gime su dolor
y temes que no te alcance
la vacuna de ese nuevo virus
que arrasó barrios
y continentes lejanos y a tu alcance...
Uno debe estar preparado,
instante tras instante,
listo para el rescate
de aquella brisa
que nos dio un respiro primitivo
listo para aferrarse
al roble que nunca decayó
y beber el agua
del manantial
que sobrevivió a la hecatombe.
No debemos olvidar
tampoco a los caracoles,
a las sandías, libros y pensamientos,
las palmadas en la espalda
que le soltamos a un amigo
en su recorrido sin saberlo hacia la muerte
o cuando fuimos juntos
a una fiesta perdida entre los años.
Y, claro, hay que recordar
además el estribillo
de la canción favorita
de tu madre,
aquella sensación de subirse
a un tren viejo antes
de emprender el viaje...
Y es que en el momento
impredecible,
cuando una pizca
de conciencia nos pide hacer resúmenes,
la balanza se inclina
hacia ese revoloteo de vida
que colocó—ahora ya lo sabes—
tres o cuatro risas en tu rostro,
cuando creíste que la felicidad
era difícil, lejana e inútil,
que era tan solo una utopía
de algún sueño difícil e imposible...
Bahía de San Francisco, California/Highway 101.