"Poecrónicas"

--Columna Semanal--

La seducción del videogame (*) - 29.04.2021

Por Manuel Murrieta Saldívar

Compartir en:

La seducción del videogame
  • Apareció de repente como desaparece el dinero. Cara chorreada, terlenka verde podrida, un olor a pobreza esparciéndolo en la atestada cafetería. Suponían no verlo, aunque lo olieran. Pequeño de edad, pero aún más de posición social, nunca realizó el típico ademán de limosnero para solicitar ayuda; en cambio, a fin de convencer a la clientela, derramaba una versión patética y cruel, una historia de marginación propia de un infante hambriento y olvidado que ha soportado ya nueve años de edad. Precavidamente, en forma brusca, pedía unas cuantas monedas o billetes. Todo indicaba que en caso de recibirlos de inmediato, optaría por retirarse evitando así narrar, por ejemplo, el ebrio vicio de su padre muriéndose en los fantasmas del trago sin haber llegado siquiera a una institución de rescate.

    Pero en caso de no recibir dinero, se preparaba para despertar el interés, la curiosidad, el morbo de los clientes que luego le exigían desenmarañar su trágico y breve viaje por la tierra. Ya preparados, le lanzaban preguntas inofensivas para recibir a cambio latigazos de una realidad infantil susceptible de conmover a cualquier conciencia y corazón. De esta manera, tras mencionar su nombre, Juan Alberto Granillo avanzaba la mirada hacia los parroquianos potencialmente caritativos y vomitaba, en natural caló, los detalles impactantes de su sobrevivencia trotando en los barrios situados al pie de los cerros del oriente de la ciudad. La ciudad que lo ignora.

    Las imágenes que evocaba no eran metafóricas: son tan reales como su estómago semivacío, quizá poblado parcialmente de parásitos provocadores de anemias. Entonces venían a la mente de quienes lo escuchaban cómodamente sorbiendo café, la visión de una casa de cartón negro donde vive una madre enflaquecida que abandonó al marido. Había sido así—continuaba—porque existían a medias sumergidos a diario en el aroma alcohólico, sin capital suficiente para seguir sufriendo menos. Seca y rápidamente el pequeño balbuceó: “mi amá me manda a pedir dinero porque no tenemos de qué vivir. ¡Ah! y yo no voy a la escuela”...

    Cuando consideraba que aún no convencía, utilizaba otra estrategia: alargar su tragedia prematura para impactar con sus dos hermanos menores robados de las manos de la madre, la cual nadaba en llantos, la desesperación por no saber el paradero o las causas de ese rapto inesperado. Los bebedores de café, ya sorprendidos, callaban mirándose mutuamente, como sabiéndose conmovidos. Es que no era necesario hablar para depositar los pesos en las manitas desconocidas de Juan Alberto quien ya exigía sin timidez: "ándele pues, denme dinero"...

    Y durante esa tarde de la cafetería instalada en el establecimiento comercial, mientras se percibía en el ambiente helado el murmullo penetrante del consumo y de las grandes compras, el pequeño recibía el pago por concepto de su pobreza trágica. Entonces resurgía magistralmente su sonrisa olvidada, el rápido y hermoso latir del corazón captando la inminencia del apoyo económico de los extraños, la extensión, la apertura de la fresca palma de la mano recogiendo la cálida aportación que va a servir para comer al otro día, para evitar que la madre lave más ropa ajena con la fuerza de su sangre, para aliviar esa situación de heridos de muerte por el mundo.

    Cuando recibía la limosna, brotaba un leve silencio no obstante quedar algunas dudas flotando entre los departamentos de la tienda contigua. A algunos caritativos consumidores de café, no les preocupó para nada si las historias del chavalillo tenían rasgos de autenticidad; simplemente donaban la feria sobrante y proseguían la tertulia como queriendo alejarse lo más rápidamente posible, aunque su interior hiciera un esfuerzo por tomar conciencia de que el niño no era el único pobre del rumbo, sino que existen otros, más, muchos, muchos pobres, pobres.

    Por su parte, al recibir la ganancia, el chico corría como animal sediento que mira pasto fresco después de una temporada de sequía. Y olvidaba al resto de sus potenciales clientes, al producto de tragedia y marginación que vendía tiernamente para convencer. Y sus pies y el hambre lo ataban al brillante piso del mol, y caía seducido por las infinitas palomitas de maíz, el olor a pan, a tortas, a botana del kiosquito, la ropa que atraía pero se escabullía, las fotos y las cámaras del establecimiento fotográfico, y allá arriba, en el piso segundo, el manjar de las televisiones danzando coloridas, los estéreos y videocaseteras, aaah, y los visibles juguetes infantiles de donde resaltan las bicicletas, los balones, los transformers, carritos electrónicos, todo, todo eso gozado tan sólo en su imaginación por los precios inaccesibles para una bolsa casi vacía de monedas gratuitas.

    Entonces vagó ebrio de impotencia consumista: saltó en las escaleras eléctricas, se sentó sobre la tersura de los sofás, absorbió la ambrosía de una camisa nueva, paralizó la mirada frente al videoclip, tocó la vitrina de la relojería pensando quizá en el atraco y tarareó una canción de “Menudo” en la sección de música. Es decir, disfrutaba de su libertad infantil únicamente condicionada, limitada, por la ausencia de monedas para la diversión.

    Pero al bajar de nuevo al mol, mecánicamente, en pasos peristálticos, como un instinto nato, atraído por la inconciencia, en la búsqueda de un placer largamente pospuesto, sentenciado ya por el “me vale”..., lo hicieron dirigirse al salón de juegos electrónicos que bullía de ruidos semejantes a los de una guerra nuclear. Fue cuando ignoró la pobre soledad acartonada de la madre, cuando evadió, en un esfuerzo de ayuno casi místico, la presión crónica del hambre y transportó al padre y hermanos a la inexistencia, olvidando de un chispazo la filantropía de los clientes de la cafetería: cambió los pesos de limosna por el "token"—good time, fun for all—la moneda especial para la máquina, y no se resistió jamás, no titubeó. La depositó...

    Surgieron entonces en la pantalla esas figuras bélicas simétricas y amorfas que había que aniquilar con saña, descargar la destreza y habilidad del apetito de destrucción, disminuir fugazmente la frustración y decepción mientras aumenta el score para convertirse así en el pequeño pobre más feliz de su universo. Y como con anteojeras, enfocado sólo en esos puntos luminosos, imantado por el cristal eléctrico, sonriendo solitario, plácido, ebrio, éxtasis de disfrutar el secreto de la vida, parecía querer eternizar ese momento de fuga mientras la realidad de su dinero de limosna se volatizaba, se extinguía, se unía a las enormes ganancias del establecimiento comercial colmado desde mucho tiempo atrás de insultantes riquezas...

    ---------

    (*) Del libro De viaje en Mexamérica. Crónicas y relatos de la frontera. Student Edition // Edición Escolar. Lecturas y ejercicios en español para hispanohablantes en Estados Unidos. 159 páginas.

    Monterrey Park, California, USA. Izote Press, 2014. Más información en: http://manuelmurrietasaldivar.com/libros/De_Viaje_en_Mexamerica.html

    Crónica triunfadora en el 3er. Premio Estatal de Periodismo otorgado por el Foro Sonorense de Periodistas, A.C. Hermosillo, Sonora, México, 26 de abril de 1993.

    Compartir en:

Envía tus comentarios:

*Obligatorio