Viendo al gentío subir al metro
es el revoloteo de las prisas,
de la velocidad,
sístoles y diástoles
de los tumultos de vida
y de suicidas
que andan sin andar...
Viendo y sintiendo
a las tribus del metro
es un calambre de ternura
y de roses malévolos,
lágrimas y voces liberadas
mientras otras
caen estrelladas andén tras andén...
Mirando a las multitudes ahí,
dentro de las cavernas
de hierro y hormigón,
entre música y anuncios de tv,
es diluirse en el metro que sopla,
serpiente naranja
que se engulle al día
o desesperada irrumpe
para matar silencios...
¿A dónde es que todos van?
--angustia del cronista--
¿De dónde es que vienen?
--es mi tortura
de migrante subterráneo
ahora que no tiemblo de temblores
pero sí de soledad
a pesar de los millones de miradas
que me desconocen
a distancia de un metro por segundo...
Y circulan circulan los vagones
y nadie se entera
de mi visita intempestiva
frente a las vías
rodeado por esos pasajeros
que suben y bajan
--mientras aprieto la cartera, el celular--
llevándome de paso
ya no rumbo a la muerte,
sino a la vida, la vida misma,
con su energía de ciudad mexica
acumulada aquí
--arriba y debajo de los túneles--
desde milenios atrás
y que no para
no para nunca
ni siquiera en el futuro
de la próxima estación...