A Daniel Ceceña
I
El desconocido gravita en su cerveza…
con leves titubeos proyecta su mirada
entre las mesas callejeras de un pub desolado.
El ruido de TV no logra distraernos,
los espacios vacíos permiten nuestro encuentro
y, alarmado, me pregunto la razón de su vista sobre mí.
¿Verá los arduos siglos que nos han separado,
los mares imposibles, lenguajes sin sentido
y hecatombes sobre mi piel morena?
¿Mirará en mí a un migrante turco, al Otro que lo invade
entre camisas de futbol, puestos de «kebabs»,
puentes cansados y trenes que escucho espantado en esta lejanía?
II
Sus ojos delinean esa pequeña rasgadura
que filtra un dejo de tristeza y felicidad remota,
un brillo que resalta entre el fondo oscuro,
largo, penetrante, de la esquina donde vine a caer.
Pero ahora es mi turno: la mesera me arropa
con su menú ambarino, prepara los cubiertos
mientras el berlinés
no deja de clavarme el rostro
ahora satisfecho al levantar su tarro…
¿Ha descubierto que estoy aquí sin compañía?
¿Qué pretende rodeado yo por su comunidad
valiente, adolorida, de ideologías distantes
y añejas para mí?
III
Ahora sonríe con una fraternidad que atraviesa las sillas,
cae en mi humanidad con algo de sospecha
mientras pruebo el piernil de puerco con «sauerkraut».
¿Cuántas guerras mundiales recorrieron su cuerpo?
¿El sinfín de cicatrices llegará hasta sus pies,
hasta esta banqueta marcada por varios genocidios?
¿Qué página de su libro de vida habrá quedado trunca
y qué fue de su futuro, el ideal del pasado?
El tipo no se irrita —está feliz— cuando descubre
mi ignorancia absoluta del hablar alemán
y me escucha preguntar al amparo del inglés
las instrucciones precisas
para transbordar al centro de Berlín —puerta de Brandeburgo,
museo de holocausto, laberintos del metro…
Se levanta, desaparece, me ignora con la espalda
y surge el relax cuando supero el shock de la primera vez…
es evidente, ya va a su destino
dejando la sensación de dudas que es esta ciudad…
IV
¡Pero no!…regresa de pagar la cuenta
y con sonrisa de niño incandescente,
de un arrepentido que sabe lo que hizo pero no lo confiesa,
me rastrea profundo
mientras alguien explica cómo he de llegar al centro del turismo…
¿Pensará hacer conmigo su mejor obra del día?
¿Va a cometer el crimen largamente planeado?
—precisamente a mí, el más necesitado, solitario
y olvidado de los hombres que llegó en la mañana
a esta urbe violada varias veces
nunca antes recorrida en mi eternidad tan breve…
Entonces, pasmado, el germano se aproxima:
(detrás la historia tiembla, se levantan y caen paredes de terror,
se escuchan las matanzas de un campo judío
la Gestapo interroga en ese calabozo
y el ejército rojo ha tomado su hogar)