"Poecrónicas"

--Columna Semanal--

MI TRABAJO POSNAVIDEÑO (*) - 16.12.2022

Por Manuel Murrieta Saldívar

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Imagen: Poblado de Arnold, California, en la montañas de la Sierra Nevada.  Fotografía de la colección personal del autor
Imagen: Poblado de Arnold, California, en la montañas de la Sierra Nevada. Fotografía de la colección personal del autor.

  • Después de una navidad, capté una especie de tiempo muerto que me las ingeniaba cómo llenar en la ciudad norteamericana donde esa vez me encontraba. Era como si quisiese jalar el festejo de fin de año pero a la vez disfrutar de los días posnavideños. Visualizaba el 31 de diciembre como muy lejano creyendo que habrían suficientes días para el descanso y para hacer, o imaginar hacer, actividades acumuladas dejando tranquilamente pasar las horas.
    ¿Qué hacer?—me preguntaba ya muy preocupado.
    En mi terruño mexicano, aunque labore formalmente, el hueco lo lleno fácil: agoto las sobras de la bebida y de la cena navideña, y no sólo las propias, sino las de los vecinos y amigos inmediatos, luego las de los cercanos y, por último, los más lejanos. Es un formidable pretexto para socializar desde el 26 al 30 de diciembre. Todas las tardes, acostumbro tomar café, chocolate o champurrado entre el tronar de cáscaras de cacahuates, nueces o pistachos alcanzados con un simple estirón de mano. Por supuesto, también juego con los niños de la casa y de la calle, a veces diciéndoles la verdadera historia de Santo Clos y de dónde vienen exactamente los regalos. También, entre visitas que llegan o visitas que hago, me dejo hipnotizar voluntariamente por maratónicas sesiones de televisión, lecturas de periódicos y pláticas nostálgicas entre risas y lágrimas con mis hermanas y hermanos y los familiares que quedan. Y así, sin percibirlo, llega el 31 y ya me veo en la ducha preparándome para vestirme de gala, listo para la media noche, los abrazos, la algarabía y, por supuesto, ¡la cohetiza!...
    Sin embargo, en Denver, Colorado, los días antes del año nuevo los hube de llenar de manera distinta. La socialización no me era posible debido al brusco cambio socio-cultural, el choque urbano, que incluía hasta la propia conformación de la ciudad: ésta parecía estar organizada para llevar a cabo sin interrupción la actividad productiva como lo demostraban los horarios de cierre de bares, restaurantes, centros de diversión y, sin exagerar, hasta la infraestructura vial en impecables condiciones. Así, noté que los días previos al “31” no se diferenciaban mucho a los del resto del año, sobre todo cuando escuché el sonido de lámina del buzón, abriéndose y cerrándose, despositando el cartero la correspondencia alrededor del medio día del sábado 30 diciembre. ¿Será posible?—volví a preguntarme, si es plena temporada navideña, no un martes cualquiera del mes de marzo, digamos.
    Más pasmado había quedado cuando la mañana del martes 26 de diciembre el estacionamiento de un enorme edificio de oficinas estaba ya repleto de autos como si no hubiese existido navidad alguna. Un amigo anglosajón, me acosó para una cita de trabajo el día 28; llegada la hora, llamó por teléfono diciéndome que ya todos estaban reunidos y que me estaban esperando…acudí a regañadientes retrasando mi salida por el tiempo en colocarme gabardina, bufanda y guantes cuando yo estaba en mi lecho de lectura olvidado de todo.
    Curiosamente, el flujo de correos electrónicos disminuyó drásticamente pero, llamando mi atención, sólo los que provenían desde el sur de la frontera. En tanto, los “mails” que se generaban en Estados Unidos no dejaron nunca de circular, sobre todo los que fantasmalmente me ofrecían desde ofertas de tarjetas de crédito, intereses bajos en bienes raíces, actualización de programas de computadora y hasta nuevos sitios porno. Una publirrelacionista, haciendo los últimos esfuerzos de fin de año para vender tiempos compartidos en centros vacacionales caribeños, me enganchó por media hora en el auricular mientras yo pensaba la manera de evadirla, lo cual hice bruscamente causando el enojo de la laboriosa operadora.
    La actividad previa al “31” era tan normal que incluso el ocio me llegó a cansar, a aburrir, haciéndome sentir culpable, definitivamente, por mi inactividad. Un colega académico, responsable y metódico, soportó únicamente tres días sin aulas y sin libros jugando billar, visitando bares y bohemiar con un par de amigos. Pero algo sucedió al cuarto día porque se dirigió muy temprano a su cubículo; ahí lo localicé arrinconado, cansado de descansar, cuando yo ya me había decidido a pasar con él una tarde de brandis y recuerdos. Cándidamente, el colega rechazó mi invitación aludiendo que ya se había relajado lo suficiente y que prefería revisar planes de estudio, ordenar papeles, preparar todo para el inicio del año. Noté que mi búsqueda de esparcimiento postnavidad era hasta cierto punto falsa y forzada…casi por contagio me puse entonces a ordenar mi guardarropas, a organizar recibos de gastos y a largarme, harto de ocio, a mi espacio laboral a fin de elaborar este relato como si se tratase de un trabajo obligatorio…
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    (*) Del libro: La gravedad de la distancia. Historias de otra Norteamérica. Crónicas y relatos. Primera Edición 2009.Editorial Garabatos. Hermosillo, Sonora, México. Más información y para adquirirlo en: http://www.manuelmurrietasaldivar.com/libros/la_gravedad_de_la_distancia.html

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