Cada tarde pienso en ti y en tu abandono,
la hora del autobús de tu partida,
cuando dejaste la huella clara y tangible de tu voz,
de tu aliento,
lo último que quedó entre nosotros…
Cada agosto de lluvia aún vienes de allá,
desde aquella lejanía que nunca he comprendido
pero no dejo de arroparte, secar tu frente y tu cabello
como si estuvieras todavía en mi regazo.
Cada vez que huelo el pan recién horneado
floreces en la esquina,
viniendo del abarrotes o el mercado,
en esa rutina que jamás desaparece
que no creí se iba a trastocar
confiando siempre en la efímera seguridad de nuestras vidas.
Cada que veo a un viejo vecino
me preguntan por ti
a pesar de las décadas, del olvido y las indiferencias,
que si ya te moriste,
que si qué fue de ti,
si desapareciste,
que si cuándo surgirá la magia del regreso
porque ven cómo envejezco,
es decir,
agonizo más pronto porque no estás aquí
porque sigo arañando
las distancias hacia todos los puntos cardinales
--que ya sé bien que no son cuatro,
quizá diez o treinta—
porque sigo tejiendo
esa red invisible hacia todos los rumbos
y que, en algún momento, como en el que partiste,
arrojaré a las fronteras,
al vacío del mundo y del futuro
para ver si te atrapo y te regreso conmigo,
con nosotros,
aunque sea un instante solitario y pequeño
uno solo
aunque sea ese el mismísimo instante
de la muerte
que será muy feliz
porque estarás ya conmigo…
Keyes, California, febrero 2023