"Poecrónicas"

--Columna Semanal--

SEQUOIA - 04.09.2020

Por Manuel Murrieta Saldívar

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Sequoia
  • Para Vidal, quien también abrazó una sequoia

    Sequoia…
    estoy palpando
    tu tronco
    de elefante
    elevado sobre dos mil años
    de helechos
    y de nieve.

    Irrumpes con tu melena
    en las alturas
    como si habitaras,
    ya,
    las nubes
    que no alcanzo.

    Pero también
    abrazo
    tu nueva clorofila,
    penetro la humedad
    que te rodea,
    aquí, en tu paraíso,
    el único escondite
    que me queda.

    Sequoia,
    cómo me gustaría
    penetrar en tus raíces,
    —cimientos de la savia
    que entregas como oxígeno—
    saber cuál fue la fibra original
    que horadó la lava primeriza.

    Naciste para mí
    y para las civilizaciones que te acosan
    porque eres el único testigo,
    el calendario mismo estampado
    en tus cavidades milenarias.

    Por eso quiero
    navegar entre tus galerías,
    aspirar el brote del capullo inicial,
    ser tu cáscara enfrentando la borrasca 
    y al ataque del sol.

    Sequoia…
    Yo sé que me ofreces
    lo tibio de tu cabaña indestructible,
    que me arrojarás convertido
    en un cono, en un piñón

    o quizá, privilegiado,
    me harás ser tu semilla
    como esa que espera, en cada julio,
    el fuego de montaña
    para brotar
    después en un retoño
    —fábrica descomunal
    que conviertes los gases en azul.

    Qué  privilegio
    ser tu descendiente,
    qué prodigio
    ya no escuchar la turbosina,
    sino el murmullo
    de tus anillos vegetales
    salvándote
    de nuestra crudeza destructora
    o cuando me revelas
    cuántos siglos de más
    podrás acompañarnos.

    Déjame por favor besarte,
    Sequoia,
    abuela de las vegetaciones,
    déjame tutearte por una sola vez,
    que quiere mi cabeza
    reposar sobre tus filamentos,
    cuidarte, te lo ruego,
    no sólo con abrazos
    ni promesas de ecólogo,
    sino como un jardinero
    que deja las palabras
    y se transforma en abono.

    Porque ahora me descubres, 
    Sequoia nuestra,
    que una razón más
    de haber nacido es para venir aquí,
    frente a ti,
    postrarme al fin
    sobre tu tronco pavoroso
    y vislumbrar que aún,
    después de todo,
    revientas de vida
    con tus protuberancias vespertinas
    que no saben de edad
    ni límites de alturas… 

    Sequoia National Park, California.

    Del poemario Los días primigenios de próxima publicación impresa.
    Editorial Giraluna, Caracas, Venezuela.

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