"Poecrónicas"

--Columna Semanal--

ERA UNA FIESTA EN KINO (*) - 25.02.2022

Por Manuel Murrieta Saldívar

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Imagen: Vista de la Isla de Alcatraz, Bahía Kino, Sonora, México. Del archivo personal del autor.
Imagen: Vista de la Isla de Alcatraz, Bahía Kino, Sonora, México. Del archivo personal del autor.

  • La multitud se enamoró del mar olvidándose otra vez de iglesias y ciudades. A partir del lunes, iniciaron en caravana la candente marcha hacia las playas del oeste. Estaban ahí las incansables olas que eran recogidas por el alcohol humano y la ingenua piel de los infantes y otros bañistas inocentes. Sin embargo, durante la tarde del viernes santo, hubo un instante desgraciado en que la muerte humedeció los caros arenales de Bahía Kino: María Concepción López, una desconocida por los siglos de los siglos, se había ahogado para siempre en las orillas del golfo. Muy pocos se percataron que la tragedia coincidía con el “recordado” fallecimiento de Jesucristo.
    También durante ese día, pero a la salida de Hermosillo rumbo al balneario, cuatro jóvenes universitarios comprobaban impávidos la moderna desconfianza de la gente porque no conseguían “aventón” entre los conductores nacionales o extranjeros. Después de sudar horas y horas, una pareja de muchachos del barrio “El Choyal” se acomodó en la caja de un pic-ap que solo los transportó hasta la carretera frente al aeropuerto. Otros optaron por contratar el servicio de los taxis e inclusive hubo pobres que se atrevieron a pagar los cientos de pesos de la tarifa. Los más resignados pararon el camión, se apretujaron entre el pasillo y los asientos, sin saber a ciencia cierta si habían cubierto su boleto, pero soportaron de pie el trayecto de hora y media hasta caer entre el olor humano que ya festejaba sabe qué.
    Para ese entonces, la multitud en el poblado de Kino Viejo sonreía a las aguas marinas con su incesante beso a una arena trastornada y bautizada desde horas antes con latas y desperdicios de comida. La atmósfera playera era una mezcla de humo de pescado y carne asada, de tabaco y auto, de ebriedad de hombres deambulando en las pequeñas calles que ofrecían cerveza, elotes, aguas frescas, picos de gallo, posters de artistas juveniles o emanaban notas “en vivo” de un obeso mariachi y un picudo conjunto norteño. Esta conjunción ofrecía y fabricaba un tipo de felicidad que no dejaba de ser artificial, pero agasajaba delirante y evasiva a los acalorados clientes de los improvisados restaurantes construidos con láminas de cartón negro. Después, medio satisfechos, surgían cientos de “mirones” que balbuceaban al observar sin remedio la protuberancia de unos muslos apretándose en algún frondoso “short” que por casualidad había llegado hasta los ojos de Kino Viejo.
    La mayoría éramos turistas de segunda clase, sobre todo los “novatos” que impulsivamente querían ya confundirse en la playa y captar la masa humana en su oficio de bañistas temporales; como una explosión, se congregaban sobre la arena caki impotente de revelarse contra la invasión de botes, plásticos y otros insultos ecológicos. Había chavalos con las mochilas y las muchachas pegadas a la espalda, emprendían a pie rumbo a las olas del otro Kino dejando atrás los debiluchos baños públicos y despreciando al oportunista servicio de transporte; pero los camiones fueron un éxito porque siempre se miraron repletos de pasajeros en la búsqueda de completar el refuego. De este modo, el turismo social nunca tuvo las ventajas y placeres que gozaron los privilegiados de auto: éstos solo padecieron la irrenunciable molestia de cargar combustible en la única gasolinera de la comarca que así desquitaba la soledad económica de meses y meses anteriores sin semanas santas.
    Ya en Kino Nuevo, nacía a cada instante el contraste de la fiesta colectiva. Se iniciaba desde el hotel “Posada del Mar” hasta el “Cerro Prieto”; flotaba el bullicio como realidad y sueño, se unía musicalmente al eterno ritmo de la espuma tibia. Los miles de invitados al convivio de sol, mar, banquete, trago, “flirteo”, escape y aventura vital, deambulaban hedonistas por las calles, playas, montañitas, arbustos y dunas. Y lo hacían tranquilamente desde la mañana hasta el apasionante fandango nocturno; en cualquier caso ofrecían un espectáculo gratuito, casi, casi libertino y tropical. Muchachas en traje de baño se estacionaban coquetamente sobre las banquetas húmedas haciendo un recuento de las miradas masculinas. El contraste lingüístico surgía al leer los avisos, solo en español, de esta playa es tuya, consérvala limpia, mientras que otros anunciaban, solo en inglés, tarifas y servicios de hoteles tres estrellas, restaurantes, discotecas y servicios de remolques. Jóvenes con sendas grabadoras y paliacates avanzaban sin rumbo mientras la arena temblaba por el viento. Parejas escondiéndose entre los matorrales. Letreros de la empresaria Alba Tobin, “Bienes Raíces”, aparecían repentinamente en la distancia ofreciendo 300 ó 400 metros cuadrados. Hubo tiendas de acampar que le vibraban al sol, al aire y a las estrellas junto con borrachos estirados, encogidos o desalojando la playa hacia la calle embarrada de arena. Los “júniors”, hijos de papi, respondían bronceados frente a la mansión familiar, recargados sobre los inevitables carros brillantes a pesar del polvo de aire y de brisa. En esta lucha de clases festiva, los “batos y morros” solamente pudieron escabullirse entre los patios de las residencias para expropiar siquiera agua dulce, bebible. El recuerdo de la ciudad fue traído por el insistente campanar del “carrito de la nieve”, enfadando hasta el cansancio o la pachanga se sobresaltaba ante el inesperado y alarmante alarido de ambulancias y patrullas, rompiendo el vaivén marítimo.
    Pero resultó ideológicamente saludable percibir la sonrisa de militantes izquierdistas recuperando quizá la libertad de la comunidad primitiva. Las féminas, siempre en grupos, y los varones, a como fuera, necesitaban un poco de soledad para orinar. Poderosos pic-aps acercaban las cervezas en six pack’s. Para algunos, el mayor de los insultos fueron los monstruosos e inaccesibles campers gabachos que relucían en los trailers park. En tan solo un vistazo, surgió la imagen de centenares de jóvenes haciendo cola en el expendio de licores. Una queja muy viril: “casi no traen bikinis... es que se las comen vivas”. El negociante, oportunista por supuesto, que levantó un verdadero centro comercial con puras lonas y postes. Verdes ojos como las aguas de Kino. “Hay más cerveza que agua, hay más gente que pescados”. Los que se miran por vez primera y se hacen amigos para siempre. Las chicas gritan, preguntan: “¡Oye, acaban de llegar, eeh!...” después se esconden como liebres. Y el policía que cuidó el tráfico dentro de su charanga particular. Sobre una carpa hecha con sacos alguien lee: “se solicita sirvienta, sepa ha.cer de todo. Tres mil pesos diarios”. Dos gringos veteranos de la II Guerra platican estereotipos como “la noche anterior la policía apresó a diez muchachos por fumar mariguana”. No alcanzó el presupuesto. Los “popis” en la improvisada discoteca, los morros y carnales en las fogatas playeras, todos con ebrias sonrisas. Resignarse con un radio AM. Se arremolinan las olas al volar el pelícano rodeado en soledad y abajo una pareja termina exhausta dentro de su miniauto. Ese pañal desechable flotando en la marea. Un amor que nace y nadie lo percibe. Venir al mar y no bañarse...
    Pero aquellos buscadores de naturaleza virgen no pudieron hallar su paraíso. Tuvieron que conformarse con reexplorar las faldas de montañitas casi inaccesibles, los arrecifes de escasos corales, las cuevitas de poca huella humana del Cerro Prieto. Al otro extremo de la bahía, rumbo al sureste, hubo algunos que creyeron descubrir por vez primera al vivificante estero. Ahí mismo, aficionados al marisco rasgaron el lodo negro y salado en su ansiedad de consumir almejas naturales pero la superficie hervía de caracoles minúsculos. Desde cualquier punto de la playa siempre emergió dominante el horizonte general, un tejido conformado de senos azules, de islas gigantes y pequeñas, rayos de vapores atmosféricos, blancos y plomos como el viento en una fusión lejana movida apenas por los barcos de pescadores. Y, en toda esa geografía, durante las noches santas, mientras que los efímeros amantes del mar se ataban a su diversión, el cosmos estrellado e inviolado aún, se abría para todos. No obstante, casi nadie miraba hacia arriba ocupados en beber lo que había que beber, en tocar lo que había que tocar, olvidar lo que había que olvidar, y había de hacerse muy rápido, muy rápido porque llegaba el lunes...

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    (*) Del libro De viaje en Mexamérica. Crónicas y relatos de la frontera. Student Edition // Edición Escolar. Lecturas y ejercicios en español para hispanohablantes en Estados Unidos. 159 páginas. Monterrey Park, California, USA. Izote Press, 2014. Más información en: http://manuelmurrietasaldivar.com/libros/De_Viaje_en_Mexamerica.html

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